Deporte y ocio, de Norbert Elias

No estoy especialmente interesado en el deporte y, desde luego, no comparto el entusiasmo intelectual por el fútbol que muchos escritores, de continua presencia en los medios, justifican constantemente. Aunque no reniego de mi pasado como redactor de deportes, en materia futbolística, por ejemplo, estoy más cerca del niño republicano que del hijo del filósofo.
Precisamente por eso, fenómenos como el de la violencia en los estadios o el -para mí- desmesurado interés social por el deporte, me interesan mucho. Respecto de la violencia, si hay un texto "canónico" de un autor fundamental de la sociología del siglo XX, es éste Deporte y ocio en el proceso de la civilización, de Norbert Elias y Eric Dunning. De Elias tengo pendiente su imprescindible Proceso de la civilización, aunque tras la lectura de sus reflexiones sobre el origen del deporte como fenómeno social me he quedado un tanto desencantado.
Como el original es de 1986 y no se trata de un solo texto, sino de una colección de ensayos –diez en total-, las intenciones, estudios y conclusiones pueden haberse quedado un poco desfasados. En general, Elias y Dunning exhiben un etnocentrismo bastante acusado y su estudio del origen de los deportes en la sociedad acaba por convertirse en el estudio del fútbol como deporte en el Reino Unido, excluyendo otros países y deportes. Es evidente que es lo que tenían más a mano, pero se echa en falta algún apunte sobre otros deportes y países.
No obstante, ambos hacen un planteamiento riguroso en la introducción, al ligar el origen del deporte como un fenómeno ligado a la democracia, por el cual la violencia entre facciones políticas se traslada a las competiciones en un doble proceso: la fuerza o las represalias entre facciones dejan de caracterizar la alternancia en el poder y determinadas rivalidades muy polarizadas entre grupos de lugares diferentes comienzan a dirimirse en un formato más deportivo; además, otras actividades lúdicas como la caza pierden su objetivo original –el alimento- y lo sustituyen por la emoción de la actividad en sí. Aunque no pretenden extrapolarlo a otros países, ambos autores reconocen que se producen diferentes enfoques a la hora de comparar el deporte entre Gran Bretaña y Francia, por ejemplo, por tener estructuras políticas y de gobierno diferentes.
Elias apunta que el control sobre los propios movimientos puede estar en la base de nuestro proceso liberador, pero no entra –ni menciona- el proceso de la representación social y la percepción colectiva de la violencia que estudia Foucault. Elias sí critica –lo que suscribo con placer- la pretensión de la psicología de aislar el comportamiento humano de los procesos sociales, como si la sociedad fuese un ente aislado de sus propios miembros.
En general, ninguno de los dos aprecia mucho el materialismo como método de análisis, lo que deja en mi opinión sin explicar algunos de los procesos que apuntan. Creo que el origen del deporte lleva aparejado un aumento del control social y que forma parte de los mecanismos de distracción que cualquier poder político emplea. La diferencia con el pan y circo romanos estriba en el monstruoso volumen de negocio que los deportes de masas generan, lo que convierte a los clubes deportivos en empresas altamente organizadas.
Al margen de eso, resultan muy estimulantes la clasificación de las actividades de tiempo libre que establecen y la hipótesis de que el origen del deporte pueda entenderse como una extensión del entrenamiento militar, aunque esto sólo lo circunscribe a Grecia. Es muy llamativa su confianza en la civilización y su creencia de que “[...] en nuestra sociedad, la apariencia física como determinante de la imagen social de un individuo aún representa un papel importante y quizá cada día más en lo que se refiere a las mujeres pero, en lo que respecta a los hombres, aun cuando la televisión puede influir en el problema, la apariencia física y sobre todo la fuerza y la belleza corporal no representan un papel muy importante en la estima pública de las personas.”
Creo que aquí Elias declara más intenciones que hechos. Puede que sea un hito que una persona discapacitada como Roosevelt haya llegado a la presidencia de Estados Unidos, pero no es menos cierto que su enfermedad fue ocultada por los medios de comunicación sin contemplaciones, por ejemplo eligiendo cuidadosamente los ángulos para fotografiarle. En estos días es posible que una persona afro americana pueda ser también presidente de Estados Unidos, lo que es otro hito, pero eso no disminuye el comprobado racismo que su color despierta entre algunos de sus potenciales votantes. A lo mejor nuestras sociedades lo que han mejorado es la hipocresía, no la civilización.
Esto se me va un poco de extensión, así que lo haré en dos partes. Mañana más

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